05 marzo 2006

Un pulso contra el cuerpo

En plena polémica por la imagen enfermiza de algunas modelos en Cibeles, chicas tratadas de anorexia y bulimia hablan de su enfermedad
GEMA MARTÍNEZ/MÁLAGA

SE sienta como si apenas quisiera ocupar espacio y su voz suena lineal aun cuando relata los episodios más duros. Así, sin altibajos perceptibles, se mantiene el discurso cuando cuenta, por ejemplo, que llegó un momento en el que no quería salir a la calle, porque era consciente de su extrema delgadez, pero que aún así le daba terror la comida: «Sí, me llegué a ver con los brazos muy delgados y con la barriga hinchada, así, hacia afuera, pero a la vez seguía sin querer engordar. Me daba vergüenza estar así de delgada, pero me seguía dando pánico comer.

Pensaba en meterme una patata en la boca, en el sabor y me ponía mala, me ponía a llorar».Dice Vanesa García, 27 años y once de anorexia, que si no hubiera sido porque en un momento determinado perdió el control sobre el férreo control que hasta entonces había conseguido mantener con la comida, o mejor dicho con la no comida, quizá no hubiera pedido ayuda. Pero ocurrió, como ocurre en el 96 por ciento de los casos, que a los largos periodos de restricciones ¯hasta cinco días a base de lechuga con sal y coca colas cuyos gases le proporcionaban una perseguida sensación de saciedad¯ siguieron fases de absoluto descontrol. Entonces llegaban los atracones de alimentos que ella, como otras muchas mujeres, cataloga como prohibidos por su alto contenido calórico.

Y a esos atracones de galletas, dulces y chocolatinas le seguía de forma inmediata el vómito provocado, que hasta cinco veces llegó Vanesa a vomitar algunos días. «Restricción, atracón, vómito. Restricción, atracón, vómito». Así hasta que tocó fondo. Vómitos y laxantesLa chica había entrado en lo que Sonia Ferri, psicóloga del Centro ABB, denomina anorexia purgativa, en la que la incapacidad de controlar determinadas ingestas de alimento ¯una simple pastilla de chocolate¯ se salda con ejercicio, vómitos o laxantes.

Vanesa es una de las nueve chicas tratadas en el hospital de día de este centro privado, especializado en la prevención y en el tratamiento de la anorexia y la bulimia y que funciona en Torremolinos desde noviembre bajo la coordinación de María del Mar Vélez, también psicóloga. La trayectoria del mismo está avalada, según estas profesionales, por 15 años de un trabajo que comenzó en Barcelona y que luego se extendió a Sevilla.

Con el telón de fondo del escándalo desatado por el desfile de modelos en la pasarela Cibeles, que ha vuelto a poner la anorexia en primer plano de la actualidad pública, Sonia Ferri intenta explicar la multiplicidad de factores que pueden encontrarse en el origen de una enfermedad relacionada con el trastorno alimenticio.La psicóloga viene a decir que si bien es cierto que las chicas que desfilan se convierten en el enfermizo espejo en el que se miran otras muchas, en realidad la imagen, la sonrisa, el supuesto éxito y la pretendida felicidad de las modelos actúan como desencadenante, pero de un «algo» mucho más complejo y que ya estaba allí.«Es una enfermedad psicológica, siempre. El problema está en la cabeza». Eso para empezar. Luego, influyen factores que pasan por la biología, la genética, el perfil de la personalidad, el entorno o la educación, tanto que se ha detectado por ejemplo que las hijas de mujeres que en su adolescencia padecieron anorexia, tienen más probabilidades de reproducir el mismo trastorno alimenticio que sus madres.

Enfermedad de mujer

Para las profesionales también está muy claro que, aunque afecta a algunos hombres, la anorexia y la bulimia tienen un sexo claro: «Es una enfermedad femenina. Existe una mayor presión social sobre la mujer y además influyen factores genéticos. Hay una mayor predisposición biológica en la mujer a la exigencia, al perfeccionismo, a la organización, a la meticulosidad... Y también es cierto que se le da mayor importancia al cuerpo».

Y esta fijación ya no sólo afecta al ámbito de la preadolescencia y adolescencia, donde se sitúa normalmente la edad de inicio, para mayor confusión, sino que empieza a extenderse a todas las edades. «Ahora se están detectando cada vez más casos en mujeres que han dado a luz después de los 30. El cuerpo cambia y se recupera más lentamente. La mujer inicia una espiral de dietas y ejercicios que no dan los resultados esperados, y termina obsesionándose», asegura Sonia Ferri. En la casa que es la clínica no hay básculas ¯las chicas no deben tampoco pesarse fuera¯, y los baños están cerrados con llave.

Pero además, algunas, en sus propias casas tienen también las cocinas cerradas, para evitar atracones, y una última medida más que no deja de sorprender: «los espejos tapados».La frase es de Raquel Hurtado, hoy una joven de 25 años que padece bulimia y que se recuerda como una niña gordita y por ello inferior a las demás: «en mi interior sentía que no sabía bien dónde ubicarme. Me comparaba con el resto y me sentía inferior, por el sobrepeso». No es casualidad que también Vanesa se remonte a la infancia, ese lugar donde se esconden tantas respuestas, para explicar las causas de su evolución: «Me veía distinta, por ejemplo, a mis hermanas. Ellas tenían un tipo perfecto y yo era gordita.

Me he sentido sola, incomprendida, apartada, y he culpado de todo a mi físico». Así es como empezó su relato.Los espejos tapadosBien, pues Raquel dice que tiene los espejos tapados, para no mirarse, para olvidarse del cuerpo, del físico, de la imagen: «tenemos que controlar los espejos. Antes nos mirábamos hasta en el reflejo de un cristal y tu aspecto te puede condicionar, por ejemplo, para salir o no a la calle. Tenemos los espejos tapados y también nos tienen que acompañar al baño, para que no vomitemos o para que no tiremos comida. Nos acompañan a comprar ropa, para no mirar las tallas. No sabemos ni la talla ni el peso.

Tenemos que salirnos del cuerpo, dejar de pensar en él», explica con templanza.Raquel lleva sólo tres meses de tratamiento en el centro, pero al oirla hablar parece haber entendido muy bien la causa que la llevó a una espiral perversa, con la comida y el cuerpo ¯cuatro operaciones estéticas, tratamientos celulíticos, masajes y una dieta tras otra¯ como únicos protagonistas de su existencia. Una vida que se complicó en la adolescencia y que alcanzó su clímax cuando cumplió los 19 años. Una manzana, unos guisantes, ejercicio...«hasta caer desmayada».

Y después de un año de restricciones, la absoluta imposibilidad de controlar: «Llegó un momento en el que sólo pensaba en quedarme sola para coger comida, comer y vomitar. No había nada más». Coincide con Vanesa en que fue esa incapacidad de control la que le llevó a tocar fondo y también coincide con la psicóloga Ferri en que, frente a ese descontrol desesperante de la bulimia, la anorexia produce una sensación de euforia y de poder que hace sentir bien.Hoy sabe qué es exactamente lo que le pasa y ese, seguro, es el primer gran paso para el cambio: «La disfunción y la compulsión se producen porque no sabes canalizar las emociones. No sabes exteriorizarlas y las desvías hacia el cuerpo y hacia la comida».