09 febrero 2006

Fue bonito mientras duró.

Han sido cinco días limpios, nada de comida, me siento feliz, aunque ayer tuve que dejarlo por motivos sociales, descansaré un poco y la semana que viene vuelvo a la carga.

04 febrero 2006

Muerte

La madre de Rebeca relata el dramático declive de una administrativa, apasionada por las motos
Era una paciente crónica consumida por la anorexia, una enfermedad que arrastró la mitad de su existencia. Murió en el pasillo de su casa familiar, sola. Cuatro semanas después, su madre y su hermana relatan cómo era Rebeca y cómo fue su vida desde que, nada más debutar en la adolescencia, emprendió su fatal cruzada contra los kilos.

Fue una niña rellenita. Sus compañeros de escuela 'se burlaban alguna vez de ella' por sus medidas. Un tratamiento para una dolencia de espalda provocó un incremento importante de peso cuando tan sólo tenía 15 años. 'Aunque era alta porque medía 1,70 andaba por los ochenta kilos, así que decidió acudir a un médico para adelgazar'. Lo consiguió. Se quedó en unos 60. 'Estaba estupenda', recuerda orgullosa su madre.Rebeca estudió para administrativa, 'pero lo que quería era montar algún negocio. Era muy emprendedora'.

A los 18 años se puso a trabajar de camarera los fines de semana. En ese momento arrancaron los problemas. Nunca se tomó como halagos los piropos que, a menudo, le soltaban compañeros y clientes por sus bonitas curvas. Y se propuso eliminarlas por su cuenta y riesgo.
'Llegó a decirme que había días que los pasaba con un café, porque ella nunca me negó la enfermedad. Es más, cuando en la tele se hablaba de los trastornos de la alimentación, me decía: 'voy a tener que ir al médico porque yo hago lo mismo''.

Rebeca apenas comía ya, y si un día se pasaba un poco, después vomitaba. Anorexia purgativa, dictaminaron los especialistas.Empezaron las terapias en grupo con un psicólogo. De forma paralela, un nutricionista del hospital Txagorritxu le controlaba el peso. 'Ella quería quedarse en 50 kilos. El médico decía que, al menos, en 55. Llegaron a un acuerdo. No podía bajar nunca de 53'. Con este tira y afloja transcurrieron seis años en los que la joven inició una vida en común 'con su novio de toda la vida', trabajó en una fábrica, a la vez que regentaba un negocio de discos y se entretenía con su moto y sus peculiares mascotas, unas serpientes.Cuando aún no había cumplido el cuarto de siglo, le asignaron nuevos médicos. Pasó a la unidad psiquiátrica del hospital Santiago para trastornos de alimentación más graves. Y a partir de ese instante, el calvario de ingresos.

'En sólo dos años se quedó en 37 kilos. Luego llegó a pesar 26'. De uno de sus primeros internamientos, que duró dos meses, salió con 17 kilos más. Aquello le precipitó al vacío. 'Fue el caos. No lo pudo soportar', recuerda su hermana. Ya en casa 'sólo comía un poco de ensalada aliñada únicamente con vinagre. Nada de aceite. Muy de vez en cuando tomaba un poco de pescado. Ni carne ni huevos, y la leche mezclada con agua'.Las continuas hospitalizaciones, 'que para ella eran un infierno', le hicieron perder el empleo en la fábrica.

Con una pequeña pensión de minusvalía se vio dentro de una espiral de destrucción que le impidió 'sacar la fuerza que siempre había tenido' para afrontar el abandono de su novio, la pérdida del negocio y la muerte del abuelo con quien había convivido desde niña. La fractura de una cadera por ocho sitios diferentes en octubre del pasado año, tras ser atropellada por una bicicleta, fue su comienzo del fin. Aunque todavía sacó coraje para 'echarse a andar con la muleta en menos de ocho días', la operación minó una salud ya muy deteriorada por la falta de alimento. Un catarro común bastó para acabar con su vida hace hoy un mes.

Vocento/VMT